domingo, 24 de mayo de 2009

Un cuento motor: UN DÍA EN LA PLAYA


Hacía mucho calor y estábamos todos ansiosos por irnos ya de excursión. Nos pusimos en fila para salir de clase y poder subirnos al autobús. Una vez que subimos nos distribuimos por parejas. El camino fue corto, pero tuvimos tiempo de tocarle la cabeza a nuestro compañero de asiento y al que estaba situado detrás, estirando mucho los brazos porque no se dejaba. Nos desatamos las zapatillas y nos pusimos las chanclas de la playa.
Ya hemos llegado a nuestro destino: ¡la playa!.
Nos bajamos del autobús por parejas y cogimos nuestras mochilas. Caminamos un poquito hasta llegar a la playa, dejamos las mochilas y extendimos nuestras toallas una al lado de la otra. Nos quitamos las chanclas y nos fuimos a la orilla para ver cómo estaba el agua, pero la arena quemaba mucho, así que empezamos a andar de puntillas y a correr por toda la playa y reírnos de los demás compañeros.
¡Por fin hemos llegado a la orilla!, ¡Mojémonos los pies haciendo círculos en el agua primero con un pie y después con el otro!.
Nos metimos en el agua mojándonos con nuestras manos todo el cuerpo, el agua cada vez nos cubría más y más, así que empezamos a nadar con los dos brazos hacia delante, a la vez que nos movíamos muy rápidos por el agua. Después empezamos a nadar de espaldas, como una ranita. Pero nos cansamos así que nos salimos del agua.
Nuestra maestra había traído una cesta con balones. Nos acercamos, cogimos los balones y nos pusimos a jugar por parejas al voleibol.
Pasados unos minutos, nuestra maestra nos llamó con un silbato, porque estábamos todos muy alborotados. Así que el juego se dio por finalizado y dejamos los balones.
Una de nuestras compañeras empezó a llorar, porque se le había perdido una pulsera y todos caminamos por la playa para ver quién la encontraba antes. Uno de nuestros compañeros la encontró y ella se lo agradeció dándole un fuerte abrazo.
Empezamos a recoger nuestras cosas, nos pusimos las zapatillas y la mochila y nos fuimos en fila india hasta el autobús.
Nos sentamos, otra vez, por parejas y de repente nos sentíamos muy cansados. Estiramos los brazos, las piernas, y echamos el asiento hacia atrás, y nos quedamos durmiendo pensando en el día tan bonito que habíamos pasado.

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